jueves, 31 de diciembre de 2009

Capaz.


Me siento, decidida. Más que sentarme, me acuesto, o me recuesto, o me tiro en la cama. "Le voy a escribir una carta". Agarro la hoja y empiezo. Pero la letra de la canción se me escurre entre las manos, y a las palabras que ni siquiera pude empezar a escribir (porque toda la fuerza interior la tengo concentrada en que las lagrimas no salgan) las suplanto con poesias ajenas. Como si fueran mías. Las escribo porque sí. Me resigné a que la carta no me va a salir. Es que, qué le voy a escribir? Decime, qué te puedo escribir, a vos, que ya sabés todas mis palabras? De repente mi gran idea/proyecto pierde todo el sentido, como ya lo perdió todas las otras veces. Me acuesto pensando en que realmente no se que te escribiría. Sabés cómo estoy, hablamos seguido. Entonces por qué tengo tantas ganas de escribirte? Por qué quiero escribirte? Claro, ahora, dos dias después, (con un dia nublado deprimente y encerrado en mi casa de por medio) me doy cuenta que la única razon por la que trato una y otra vez de empezar-terminar-mandarte una carta, es por la necesidad que tengo de mandarte un poquito de mi a vos, (pero físicamente, no por cables). Pero ahí, justo ahi, entiendo porque no puedo ni siquiera empezar a escribirla. Aparte de que no se me ocurre nada que no puedas predecir que voy a escribir, ni nada original, ni nada que no sepas o que te haga reir en vez de llorar cuando la leas, es por la envidia que le tengo a la maldita perra carta! Tan fácil va a ser para la puta ir de acá, hasta allá. Así nomás? Por qué ella si y yo no? Puta!
Capaz un dia de estos yo me haga carta y llegue hasta la puerta de tu casa.
Capaz que no.

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